Cuando observo esta mecedora inevitablemente la asocio con una mujer de avanzada edad. Siempre que veo una imagen así me imagino que la persona que se encontraba allí estaba esperando a algo o a alguien y me transmite cierta tristeza. El libro abierto con las gafas encima da la sensación de que no hace mucho desde que alguien se encontraba sentada en la silla y el hecho de que se posicione cerca de la ventana subraya aún más ese sentimiento de espera. Pienso que quien se sienta allí vive en constante vigilia.
Esta mecedora me hace recrear en mi imaginación una imagen concreta. Una mujer que ha sido durante su vida gran aficionada a la lectura y, cómo no, en el ocaso de su vida no iba a dejar de serlo. Pasa las horas muertas sentada en su mecedora, tapada con su manta, leyendo y reproduciendo en su cabeza las historias que los libros le cuentan.
Voy a elegir la opción de la mecedora, el libro y la manta. La voy a elegir porque me trae a la memoria muy buenos momentos. Me hace revivir muchas tardes de invierno en las que mi madre y yo compartíamos momentos de silencio sumergidas en nuestros libros. Desde la ventana veía como llovía sin parar y yo me tapaba cada vez más con la manta, aunque en casa hiciese calor. En mis recuerdos hay dos sofás y no una mecedora pero al fin y al cabo el marco es el mismo.
Esta fotografía me sugiere una época de senectud de la vida, a la que todos llegaremos algún día y en la que podremos disfrutar de la Literatura con mayor placer. La manta, la mecedora, los libros me retrotraen a una época primigenia de la vida en la que no existen las prisas ni el estrés y en la que prima la relajación. La soledad, el silencio, la claridad que entra por la ventana me llevan a un mundo onírico que todos hemos deseado alcanzar alguna vez.
La foto del hombre con arrugas es propia de la representación de un viaje: un viaje en el tiempo y en el espacio. Su expresión transmite años de experiencia y conocimiento; sus arrugas representan todas las historias vividas. Su apariencia en cambio nos muestra que es de otra etnia y nos recuerda a aquel viaje que hicimos.
La vida transcurre entre tumbos en los que a veces miramos hacia arriba, y otras hacia abajo. Pero al final, este el balanceo siempre nos lleva al mismo lugar. Un lugar donde el movimiento se detiene y su sonido se convierte en silencio.
Una chica que ronda la treintena acaba de tener un bebé. Desde que ha llegado a su hogar, solo está cómoda en la mecedora de su abuela. La usa todo el día, ya sea para amamantar con dulzura a su pequeño o para leer un buen libro. En la misma silla de mimbre se sentaba su abuelita para bordar, antes de que el Alzheimer le robara sus recuerdos. Han llamado a la puerta. ¿Quién será? Destapa la mantita que le ha regalado su madre, deja el cuaderno que le trajo su esposo para escribir y se dispone a atender la llamada. En el umbral de la puerta, su abuela ha venido a visitarla. No le recuerda, pero sabe instintivamente que la quiere. Hoy deberá cambiar la mecedora por el sofá, pero nada le apetece más.
Fotografía: Hombre Considero que las fotografías son una buena excusa para trabajar el microrrelato, por ello:
El viejo califa se quitó su turbante, sus ricas ropas y sus alhajas, y, vestido con una sobria túnica negra, sonrío cansado a la Muerte que lo buscaba.
La mecedora me trae recuerdos de una escena familiar, cálida y entrañable. Tal vez una madre, un padre o unos abuelos leyendo cuentos a sus hijos y a sus nietos. Todos sentados alrededor de la mecedora escuchando con creciente interés historias fantásticas, dramáticas, históricas, cuentos... Ese tipo de lecturas que nunca se olvidan y que cuando somos mayores recordamos con cariño. Una mecedora que se hereda y generación tras generación se sigue recuperando esa costumbre lectora como una tradición más.
Cuando observo esta mecedora inevitablemente la asocio con una mujer de avanzada edad. Siempre que veo una imagen así me imagino que la persona que se encontraba allí estaba esperando a algo o a alguien y me transmite cierta tristeza. El libro abierto con las gafas encima da la sensación de que no hace mucho desde que alguien se encontraba sentada en la silla y el hecho de que se posicione cerca de la ventana subraya aún más ese sentimiento de espera. Pienso que quien se sienta allí vive en constante vigilia.
ResponderEliminarMecedora:
ResponderEliminarEsta mecedora me hace recrear en mi imaginación una imagen concreta. Una mujer que ha sido durante su vida gran aficionada a la lectura y, cómo no, en el ocaso de su vida no iba a dejar de serlo. Pasa las horas muertas sentada en su mecedora, tapada con su manta, leyendo y reproduciendo en su cabeza las historias que los libros le cuentan.
Voy a elegir la opción de la mecedora, el libro y la manta. La voy a elegir porque me trae a la memoria muy buenos momentos. Me hace revivir muchas tardes de invierno en las que mi madre y yo compartíamos momentos de silencio sumergidas en nuestros libros. Desde la ventana veía como llovía sin parar y yo me tapaba cada vez más con la manta, aunque en casa hiciese calor. En mis recuerdos hay dos sofás y no una mecedora pero al fin y al cabo el marco es el mismo.
ResponderEliminarEsta fotografía me sugiere una época de senectud de la vida, a la que todos llegaremos algún día y en la que podremos disfrutar de la Literatura con mayor placer. La manta, la mecedora, los libros me retrotraen a una época primigenia de la vida en la que no existen las prisas ni el estrés y en la que prima la relajación. La soledad, el silencio, la claridad que entra por la ventana me llevan a un mundo onírico que todos hemos deseado alcanzar alguna vez.
ResponderEliminarLa foto del hombre con arrugas es propia de la representación de un viaje: un viaje en el tiempo y en el espacio.
ResponderEliminarSu expresión transmite años de experiencia y conocimiento; sus arrugas representan todas las historias vividas.
Su apariencia en cambio nos muestra que es de otra etnia y nos recuerda a aquel viaje que hicimos.
Imagen 1:
ResponderEliminarNiñez. Vejez. Historias. Aventuras. Melancolía. Calma. Paz.
La vida transcurre entre tumbos en los que a veces miramos hacia arriba, y otras hacia abajo. Pero al final, este el balanceo siempre nos lleva al mismo lugar. Un lugar donde el movimiento se detiene y su sonido se convierte en silencio.
Fotografía: Mecedora
ResponderEliminarUna chica que ronda la treintena acaba de tener un bebé. Desde que ha llegado a su hogar, solo está cómoda en la mecedora de su abuela. La usa todo el día, ya sea para amamantar con dulzura a su pequeño o para leer un buen libro. En la misma silla de mimbre se sentaba su abuelita para bordar, antes de que el Alzheimer le robara sus recuerdos. Han llamado a la puerta. ¿Quién será? Destapa la mantita que le ha regalado su madre, deja el cuaderno que le trajo su esposo para escribir y se dispone a atender la llamada. En el umbral de la puerta, su abuela ha venido a visitarla. No le recuerda, pero sabe instintivamente que la quiere. Hoy deberá cambiar la mecedora por el sofá, pero nada le apetece más.
Fotografía: Hombre
ResponderEliminarConsidero que las fotografías son una buena excusa para trabajar el microrrelato, por ello:
El viejo califa se quitó su turbante, sus ricas ropas y sus alhajas, y, vestido con una sobria túnica negra, sonrío cansado a la Muerte que lo buscaba.
La mecedora me trae recuerdos de una escena familiar, cálida y entrañable. Tal vez una madre, un padre o unos abuelos leyendo cuentos a sus hijos y a sus nietos. Todos sentados alrededor de la mecedora escuchando con creciente interés historias fantásticas, dramáticas, históricas, cuentos... Ese tipo de lecturas que nunca se olvidan y que cuando somos mayores recordamos con cariño. Una mecedora que se hereda y generación tras generación se sigue recuperando esa costumbre lectora como una tradición más.
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